El retorno del barco errante

CAPITULO I

Atrás quedaron aquellas infinitas navegaciones en las que lo único importante era disfrutar del viento, del constante sonido de las crestas de las olas golpeando la amura del barco, o de contar estrellas en aquellas noches cerradas sin luna. Cuantas y cuantas sensaciones intensas robadas al mar.

Ahora todo era distinto, haber conseguido convertir su pasión por la navegación en su manera de vivir se le había vuelto en contra como un boomerang. Ya no disfrutaba de las noches en cubierta observando a Regulus su estrella roja brillante favorita, ni trimando las velas de forma casi maternal. Nada de lo que le hacía feliz antaño conseguía ahora contentarlo. La culpa seguramente no era de los tripulantes, de aquellos que pagaban por sus servicios de patrón, para que les descubrieran esos fondeos exóticos, o esa cala recóndita de aguas cristalinas. Ellos no tenían la culpa de su pérdida de ilusión por la navegación, pero lo cierto es que cada día le era más difícil embarcarse.

Pero hoy era su última singladura. Sí, decididamente iba a abandonar el mar que ya sólo permanecía en sus recuerdos de juventud, y convertirse en un terrícola más. Jaime le había ofrecido un trabajo impartiendo clases teóricas de navegación en una conocida Escuela Náutica de Barcelona y había aceptado. Era consciente de lo que suponía, le dolía en lo más profundo de su ser, pero siempre había hecho caso a su instinto, el mismo que  le había ayudado en las situaciones más difíciles o aquel que le empujaba a tomar decisiones comprometidas cuando las cosas se ponían feas en la mar.

Su última singladura estaba a punto de llegar a su fin, pero una súbita llamada en su teléfono a escasas 5 millas de Barcelona, hizo que las cosas cambiaran bruscamente.

– ¡Dígame!. Diego al habla.

-Hola soy Anastazija. Vd no me conoce pero yo sé muy bien quien es usted. Quiero contratarlo, dijo secamente.

-Disculpe, pero no va a poder ser. Le pasaré el contacto de un compañero para que se ponga en contacto con usted.

-No me explicado bien quizás. Quiero que sea usted. Por favor no rechace mi propuesta. Es muy importante.

Muchas temporadas navegando en el Adriático, le hacía suponer que el acento de la misteriosa mujer era de origen croata. Le había citado en una conocida taberna de los arrabales de Barcelona. Ella, se había negado a darle detalles sobre su propuesta, afirmando que tan sólo se trataba de trasladar un velero de algún lugar a otro, pero a la postre, ni tan siquiera aceptó detallarle el lugar donde se encontraba actualmente ese velero.

Cuarenta minutos era demasiado esperar para una entrevista que aún no entendía porqué había aceptado concertar. Tomó su asiento en una esquina apartada del espeso murmullo que invadía el lugar,  y pidió una copa de vino al camarero. La taberna la conocía sobradamente de otras ocasiones. Era una de esas que ocupaba un lugar destacado en su cuaderno de bitácora de tierra. Le encantaba frecuentar ese tipo de antros que él consideraba auténticos, arraigados a un pasado que él mantenía con deleite en su afinada memoria. Después de pasar largas horas de travesía, venir a lugares como este era una gran recompensa, en el que el premio consistía en saborear relajadamente todas las sensaciones vividas. Ese era uno de sus escasos momentos mágicos en tierra. Al llegar a puerto prefería alejarse de salidas multitudinarias con amigos y arrumbar sólo por las empedradas callejuelas de la vieja ciudad. Era el momento de perder de vista el compás que con tanta exactitud miraba en el mar, para callejear sin rumbo, ni destino. Le encantaba imaginar todas las histórias que esas calles podrían contar. Cientos de años observando el devenir de personas que como él pasearon por allí.

Ese carácter algo solitario se había ido conformado como consecuencia de su trabajo en el devenir de los años sobre las cubiertas de los barcos.

Pidió la cuenta al camarero y ya se disponía a abandonar su mesa cuando el tabernero que se situaba detrás de la barra llamó su atención.

-¡Oiga espere!, creo que esto es para Vd.

Le entregó un sobre de color teja, algo roído por sus costados y con un membrete marcado en tinta negra bien visible que lucía: A la atención del capitán D. Diego.

– ¿Quién se lo entregó?

– Una mujer vino esta tarde y me dijo que esta noche sobre las once vendría Vd. y que le entregara este sobre. No me había dado cuenta de que era usted hasta que se ha puesto su chaqueta azul con esa ancla amarilla bordada. La misma que ella me dijo que me ayudaría a reconocerlo.

– Miró a su alrededor y salió de aquel bullicioso lugar dispuesto a leer la misiva en algún lugar tranquilo.

40º37.846’N  0º42.821’E. Supuestamente era la posición donde se localizaba el velero que debía trasladar. Esa latitud y longitud escrita en un pedazo de papel era todo lo que pudo encontrar en el interior del sobre junto a  un arrugado fajo con treinta mil euros. Mucho parné y mucho misterio para un simple traslado, pensó. La situación del barco, incluso antes de desenfundar su teléfono y echarle un vistazo a su carta náutica, ya le era del todo familiar. Sabía que se encontraba en las inmediaciones de un lugar que ocupaba un lugar preferente en su memoria de juventud: el Delta del Ebro. El misterioso velero, de la enigmática mujer croata supuestamente se encontraba fondeado en la Bahía dels Alfacs. ¿Un velero fondeados en la Bahía? ¿Sin tripulación y a su suerte? ¿Porqué tanto misterio?, y sobre todo…¿Porqué tanto dinero?

Arreciaba el viento sobre las oscuras callejuelas de la ciudad, y las primeras gotas de lluvia se dejaron caer. Era ya el momento de arrancharlo todo a son de mar.