Navegando entre dos islas: Ibiza – Lanzarote

Cuando a uno le proponen embarcarse en una singladura de más de 1.000 millas a bordo de un catamarán, lo primero que le viene a la cabeza es querer saber con quien va a tener que compartirla.

Eso mismo es lo que me sucedió a mí cuando Agustín me lo propuso. Nos habíamos conocido por motivos profesionales hacía ya unos 3 años y a ambos nos apasiona la navegación y profesamos el mismo amor por Lanzarote.

Me comentó la idea de bajar un catamarán desde Ibiza a Lanzarote con un grupo de amigos suyos dispuestos a pasar unas estupendas vacaciones náuticas.

Tengo que confesar que no dudé demasiado tiempo en aceptar dicha invitación. Durante varios meses estuvimos planificando la travesía y haciendo las presentaciones de manera virtual a través de los correspondientes correos electrónicos.

comida a bordo

Nautic Ocean con el equipo canario

Una ventana al océano

La lista de la compra tiene un papel especial en cualquier travesía. Por mi experiencia tengo que decir que la comida es un elemento de cohesión de la tripulación. Me limité a enviar una serie de recomendaciones de cara a poder confeccionarla y Nano se iba a encargar de todo lo referente a la alimentación de la tripulación.

El Departamento de Ocio y Pesca tenía su comité formado por Luís y Claudio quienes atesoraban una gran experiencia en el primer negociado, y otro tanto entusiasmo, en el segundo, a pesar de que al final, la confianza en el departamento empezó a flaquear en este último cometido.

Juan, un empresario hotelero, que explota el alojamiento del Montañón Negro, y ex jugador de rugby canario,  ayudaría a Nano en labores de cocina, asimismo, Mario, un soldado del ejercito español y gran aventurero, era el hombre dispuesto siempre para todo. Finalmente, Agustín, el auténtico promotor del grupo lideraba con maestría la Dirección General.

Después de una presentación breve y formal el Grupo se repartió para realizar la compra y el check-in en profundidad del flamante catamarán Lagoon 421 que nos debía a llevar hasta Lanzarote.

Nuestra primera noche transcurrió en Ibiza en una amenizada cena con Marcos Mari, un amigo del Grupo y Director de Marina Ibiza, con quien algunos de ellos habían compartido un cruce atlántico en el velero Zulú.

Finalmente la salida se realizó el día 30 de noviembre a las 07:00h. Realizamos el oportuno check-in de la embarcación repasando exhaustivamente todos los elementos de seguridad, estanqueidad, maniobrabilidad y gobierno. Siempre comento que esto no solo se debe realizar como un acto de dilucidar responsabilidades con la empresa de alquiler, sino que mucho más importante servirá para por un lado conocer la embarcación, y por otro, comprobar que todo funciona correctamente.

Durante nuestro primer trayecto aprendimos a compartir ese espacio vital tan reducido que representa una embarcación de recreo. Los camarotes y resto de espacios deben ser compartidos, y la asignación de tareas y roles también ocupa un lugar muy importante para garantizar la armonía en la vida a bordo.

El Departamento de Pesca con Luís y Claudio volcados a las cañas, consiguieron su primera captura: un hermoso dorado de unos 4 kilogramos de peso que fue posteriormente cocinado por Nano en “formato sashimi”. Tener a Nano como “cocinillas” en el Grupo ha sido una gran suerte para todos. No ha dejado de sorprendernos cada día con su capacidad de creación. Cocinar en una barco tiene una notable dificultad, no solo por la utilización de una materia prima y medios limitados, sino por la propia dificultad de elaborar platos mientras el barco navega. Durante mis años de navegación he podido comprobar como no todo el mundo tiene esa aptitud.

Su grado de implicación y el mimo que le procesa a la cocina tan sólo es igualable al que ejerce un cirujano cuando se encuentra en un quirófano. Este comentario me lo hizo durante una guardia Mario, nuestro Sargento. Yo, apostado la mayoría de veces en mi zona de gobierno, me beneficiaba de la visión espléndida sobre todo lo que acontecía allí abajo. Me embelesaba viendo a Nano como de manera esmerada disponía los ingredientes repartidos en sus correspondientes recipientes antes de ser cocinados, o como mimaba sus salsas que con tanto esmero aderezaba. Juan le servía de gran ayuda como pinche de cocina, formando ambos un tándem fantástico.

Después de nuestra primera noche, y las primeras millas cubiertas, la vida a bordo empezaba a funcionar de forma natural. El catamarán navegaba a un largo con buen viento en la aleta. Nuestro rumbo era Sotogrande, a unas 400 millas, y donde esperábamos llegar a tiempo para poder tomar parte de la tercera etapa de la “Atlantic Gate Rally”, pero en el mar ya se sabe que los planes suelen someterse de manera frecuente al antojo de la meteorología. A pesar de no llevar un rumbo directo, el catamarán iba sumando millas en dirección sureste. Sobre el medio día decidimos hacer un bordo a tierra que nos permitiera seguir ganando sur, pero sobre las 18:00h un hecho cambió significativamente nuestro devenir. Escuchamos el parte meteorológico en el Canal 16: Mar gruesa a muy gruesa con olas de 5 metros en casi todas las zonas mediterráneas. De manera instantánea situamos nuestra posición en la carta y buscamos un puerto de refugio. Luís, entre alguna que otra sonrisa, tuvo que admitir que las cartas náuticas tampoco están tan mal a pesar que según él, yo debería ser el único navegante que ya las utilizaba, y que probablemente eran del siglo XVIII… algo que infundía poca confianza a una tripulación.

El hecho era que estábamos a tan solo 20 millas del puerto de Garrucha en Almería, por lo que si seguíamos navegando en ese mismo rumbo, sobre las 21:00h podíamos estar amarrados. Pusimos proa al puerto y concluimos la jornada tomando unas excelente tapas en uno de los bares de Garrucha, coincidiendo con la fiesta de Halloween. Una vez allí quedamos sorprendidos con la devoción que esta población procesa a esta festividad anglosajona, teniendo en algún momento dudas de sí nos encontrábamos en una población de la costa almeriense o quizás habíamos desembarcado en alguna población de Utah por poner un ejemplo.

El parte anunciaba vientos fuertes a partir de la media noche. Por ese motivo nos sorprendió irnos a dormir con una noche totalmente en calma. Podía variar la hora del inicio de las hostilidades meteorológicas, pero un temporal así seguro que no era un error. Efectivamente, sobre las 06:00h el viento del NE empezó a arreciar, soplando con fuerza sobre la jarcia fija de nuestro catamarán que sin poder evitarlo descansaba su costado de estribor sobre las defensas que le protegían de ese fuerte choque lateral contra el pantalán.

Finalmente tuvimos que pasar una segunda noche en Garrucha. El viento sopló mucho más virulentamente, llegando a reventar una de nuestras defensas laterales. Juan y yo nos levantamos a media noche para revisar amarras y comprobar que el catamarán aguantaba las duras envestidas. Chorrito de lavavajillas a las amarras para conseguir mayor elasticidad, y reducir el sonido de las maromas cuando estas se estiran y vuelta a la cama a intentar conciliar algo de sueño.

A la mañana siguiente el parte no había mejorado tanto como todos queríamos y no era demasiado claro para nuestro objetivo. El temporal remitía pero aún le quedaban unas últimas horas con un mar formado que no acabábamos de prever su alcance de cara a afrontar con éxito el paso de Cabo de Gata. Por otro lado, sabíamos que teníamos una ventana de vientos favorables para seguir nuestra singladura hasta Lanzarote, si nos situábamos el jueves en la línea de salida de Sotogrande. Finalmente, después de analizar el parte con Agustín, esta aguerrida tripulación zarpó y a pesar de que las primeras horas fueron algo incómodas con viento y mar de proa, el catamarán se comportó estupendamente y sobre las 19:00h lográbamos doblar el Cabo de Gata. Esa noche pudimos descansar plácidamente con el régimen de guardias habitual.

Puesto de Gobierno

Marina Rubicon

noche a bordo

A la mañana siguiente el viento volvía a darnos una sorpresa. Un poniente entre 15 y 20 nudos nos impedía poner rumbo directo, por lo que nuestra velocidad disminuía, y las millas a destino aumentaban, al tener que realizar innumerables bordadas. Finalmente sobre las 22.00h llegábamos al Puerto de Sotogrande. Tan solo tuvimos tiempo de una frugal ducha, ya que un autobús de la AGR nos esperaba para llevaros al Hotel Trocadero donde se realizaba el típico coctel antes de la tercera etapa.

Sin demasiado tiempo para descansar, la tripulación repartió tareas de nuevo perfectamente y algunos fueron a realizar la compra, mientras que yo me aseguré de hacer la aguada de los dos depósitos del barco, así como de revisar niveles de motor y demás elementos críticos. A las 9 h me dirigí a la reunión de patrones donde se nos entregó todas las instrucciones para tomar parte en esa tercera manga.

El parte previsto era claramente de poco viento, por lo que atendiendo a las recomendaciones de Salvamento Marítimo, y primando la seguridad, se creyó oportuno otorgar 20 horas de motor a las embarcaciones para poder cruzar el estrecho con seguridad. El aviso también indicaba la presencia de redes de deriva en las inmediaciones, por lo que era preceptivo cruzar sin demasiadas complicaciones.

Cruzar el Estrecho de Gibraltar siempre es incierto. En pocos lugares del mundo podemos encontrarnos con tantos elementos y variables a considerar: intenso tráfico marítimo con líneas de separación, mareas, corrientes, pescadores de uno y otro lado, avistamiento de cetáceos, los escarceos formados por la confrontación de corrientes, y normalmente fuerte viento de poniente o de levante. Recuerdo lo que me dijo un pescador lugareño la primera vez que lo crucé:

  • “Quillo, no esperes a tenerlo todo a favor porque entonces nunca vas a cruzar, pero sobre todo, no lo tengas todo en contra”. Sin duda una clara e ilustrativa recomendación.

Pero a pesar de todo, ese día cruzamos el estrecho con una suave brisa de poniente ayudados con nuestras 2.000 revoluciones por minuto de nuestros dos motores Yanmar de 40 cv.

En el mar de nada sirve lamentarse y siempre hemos de intentar buscar el lado positivo de la realidad. Pues bien, ese cruce fue un fantástico día para disfrutar del estrecho como nunca, haciendo innumerables fotografías de su paisaje, de las famosas Torres de Hércules que coronan la entrada al mediterráneo desde dos continentes, de Punta Carnero, Gibraltar y sus buques cisterna, la Bahía de Algeciras, del Faro de Tarifa, y de los barcos que continuamente avistábamos.

El sol se iba poniendo lentamente sobre un horizonte limpio y raso, anunciando la entrada de nuestra primera noche atlántica. La guardias estaban dispuestas. La idea durante toda nuestra singladura ha sido que en las noches que hemos navegado a motor, las guardias han sido de dos, y yo he realizado una de ellas, mientras que cuando hemos navegado a vela, Agustín y yo nos hemos mantenido toda la noche de retén.

Esa primera noche iba a ser la más complicada en cuento a tráfico se refiere. Decidimos arrumbar unas 90 millas a poniente por dos motivos: para evitar la presencia de redes y pescadores por la noche, y para alcanzar vientos más francos y constantes lejos de la influencia de la costa africana, influenciada por el desierto.

Efectivamente, la noche trajo las primeras luces de los barcos, y con ello nuestra atención para evitar posibles rumbos de colisión.

Las reglas son muy sencillas: roja con roja o verde con verde sin problemas, pero cuando la roja de nuestro babor avista una verde o la verde de nuestro estribor coincide con una luz roja, debemos determinar si va a existir rumbo de colisión. Para ello, podemos ayudarnos del compás de demoras, pero también será suficiente utilizar una enfilación entre esa luz y cualquier elemento estructural de nuestra embarcación como un candelero, un winche, etc. Si la demora se mantiene constante en el tiempo, el rumbo de colisión está garantizado, por lo que alguno de los dos deberá maniobrar.

Los buques mercantes suelen ser objetivos claros de determinar con rumbos ciertos, no sucediendo lo mismo con los pescadores, quienes faenan con rumbos dispares, pudiendo cambiar súbitamente su vector de rumbo-velocidad.

La segunda noche estando de retén, Claudio vino a despertarme:

  • Xavi – “sube que tenemos una luz roja muy cerca de nuestro estribor”.

Realmente estaba cerca, y sin tiempo para poder determinar nada más trasluchamos. Nos habíamos apartado bastante del rumbo debido y teníamos que trasluchar en algún momento, por lo que mejor hacerlo ahora. La maniobra no salió bien, y el catamarán no perdona viradas lentas o mal coordinadas, por lo que empezamos a virar de forma desordenada varias veces. Al final ya no sabíamos donde estábamos entre luces, y velas acuarteladas. Seguramente el pobre pescador se preguntaba que narices estábamos haciendo. Finalmente conseguimos poner orden a la maniobra y seguir nuestro rumbo sin mayores complicaciones.

El resto de días han transcurrido de forma relajada, con unos vientos que oscilaban entre el NE y el NNE suaves entre 8 y 15 nudos de manera puntual. Navegamos casi siempre de aleta realizando continuos bordos, siendo la embarcación que más se alejó de la costa. La vida a bordo ha estado marcada por varios momentos que se repetían día a día, el café matutino que hacía Nano a las 08:00h después de la última guardia, el baño en el mar por la mañana, los persistentes, y a la vez fallidos intentos de capturar alguna pieza de nuestro Departamento de pesca con Luís y Claudio al pie de sus cañas en popa, los almuerzos y cenas preparados por Nano con tanto esmero tanto en la presentación como en el sabor, la partida de cartas por la tarde, o el ritual en proa de toda la tripulación disfrutando de la puesta de sol con la música de Turandot de fondo.

Todas las travesías están aderezadas de pequeños momentos, momentos que no pasan desapercibidos, como aquel en el que nos encontrábamos Agustín, Juan y yo en el puesto de gobierno, y vimos como una nube simulaba una isla en horizonte. Sabíamos perfectamente que estábamos muy lejos de cualquier isla o costa, pero realmente lo parecía. Juan me contó la leyenda de la isla de San Borondón; una isla que aparece y desaparece desde siglos. Esta isla según la leyenda se localizaba al oeste del archipiélago a 550 km del Hierro. Imaginaba esos navegantes cuando el mar aún era un misterio, y cuando no todo estaba cartografiado, soñando encontrar San Borondón en su proa. Un isla que desaparece a buen seguro debería esconder fantásticos habitantes, y secretos inimaginables.

Finalmente, Eolo apareció con más fuerza el último día, permitiéndonos disfrutar de una navegación rápida. Acometimos nuestras últimas millas a todo trapo con puntas de 18 nudos que impulsaban velozmente el “The Mob” hacia Lanzarote. Llegada la noche dejamos por babor el Roque del Este, no señalizado por faro ni luz, y enfilamos Lanzarote por su paso del este. Avistamos el Faro de la Isla Graciosa, y la cardinal norte del Farión de Tierra más al norte de Órzola. Divisamos claramente Arrecife por la mayor concentración lumínica, para llegar sobre las 06:00h de la mañana a las playas de Papagayo ya con el role previsto del viento de sureste. Tiramos el hierro sobre fondo de 7 metros y algunos nos dimos un merecido baño antes de tomar un potente desayuno a base de huevos fritos, bacon, zumo de naranja y café.

De forma relajada, arranchamos el catamarán para que todo estuviese en perfecto estado de revista, ya que sabíamos que nos iban a estar esperando en Marina Rubicón. Tomé mi ducha después de 5 días sin hacerlo, y todos uniformados con nuestra camiseta de la AGR hicimos nuestra triunfal entrada en la Marina.

Allí nos esperaba el Comité organizador de la Regata AGR, y la responsable de comunicación de Marina Rubicón, quien nos hizo entrega de una botella de vino Martinón y un queso de oveja de Lanzarote. Un espléndido recibimiento para una travesía memorable.

Después de la tradicional cerveza fría en nuestro querido Bar One, el mejor bar de navegantes, llevamos “The Mob” a su pantalán y nos acicalamos todos para ir a comer al chiringuito de Papagayo. Y había llamado previamente a Paloma, y teníamos asegurada una sala en este fantástico lugar.

La comida se convirtió en el perfecto colofón de una travesía entrañable. Risas, recuerdos de los mejores momentos vividos a bordo, y un trato exquisito del servicio del local acompañaron a los platos que sucesivamente iban jalonando nuestra nutrida mesa de madera natural. El chiringuito está situado en un alto, lo que le confiere unas vistas majestuosas sobre la playa situada a uno 50 metros más abajo. Aguas tranquilas de color verde turquesa, infieren un toque místico al lugar en contraste con el paisaje agreste y volcánico del Parque de los Ajaches.

La comida es la gran sorpresa que nadie espera encontrar en un chiringuito de playa: una elaboración exquisita y una cuidada selección de productos naturales le otorgan un sello de calidad propio de cualquier restaurante urbanita.

Después del copioso almuerzo coronado por unos Mojitos gentileza del chiringuito, nos dirigimos al catamarán para ya tomar el equipaje y despedirnos.

Ahora ya solo nos queda el recuerdo: Navegando entre dos islas, ese mismo que nos permite sobrevivir lejos del mar, a la espera de embarcar en una nueva aventura.

2 comentarios
  1. Juan Massieu Cambreleng
    Juan Massieu Cambreleng Dice:

    Xavi, excelente relato de lo que vivimos juntos durante todas ésas 1000 millas.
    Un millón de gracias por tú profesionalidad y exquisito trato que nos ofreciste desde el minuto uno de nuestra nueva amistad.
    Sabes que te espero en el Montañon, antes de nuestra próxima travesía.
    Un abrazo

    Responder
  2. Miguel Cifuentes
    Miguel Cifuentes Dice:

    Enhorabuena por esta fantástica travesía , he disfrutado mucho con la forma de narrarla , casi como si yo mismo hubiese estado ahí .

    Un saludo.

    Responder

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